Esperando al Gobierno. Joaquín L. Ramírez

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El tiempo pasa y todo indica que nos encontramos ante una especie de intermedio. No hay presupuestos, pero se ponen parches y pactos momentáneos para que el “gobierno progresista” pueda continuar. En este instante, cuando Junts intenta insinuar que no quiere seguir, que sus siete votos pueden cerrar la espita, sale de nuevo Sánchez. Tras Gaza y el cambio de hora, vuelve con Franco y anuncia una reunión con el canciller alemán para negociar la oficialidad del catalán en la UE. Paso a paso, cada invento da unos días más de plazo a un gobierno atenazado por su dañado papel internacional y las crecientes imputaciones, procesamientos, algún encarcelamiento y sospechas generalizadas de aquí y de allá. Pedro Sánchez quiere llegar a final de legislatura y hasta también probar suerte de nuevo en esas fechas de mediados del 27. Su gran vocación de presidente de gobierno con sede en Moncloa es una evidencia empírica, aunque -según parece- nada encomiable. Entre tanto, en este juego de cartas, los comodines no paran de surcar los días y las horas de manera abusiva y sorprendente. Son la tensa espera, se anuncian medidas que en su mayoría no son aprobadas, pero llenan discusiones y agendas. Lo malo de las etiquetas negativas llega cuando se hacen famosas, éste es el caso, el Gobierno -su mismísimo líder- parece haberse puesto en modo sprint para comprometer las relaciones internacionales puramente occidentales. Es sintomático que el Secretario General de la OTAN se refiera con quejas y reproches a nuestro país y no es buena noticia que el Presidente Trump nos haga objeto de sus comentarios públicos diarios de forma desfavorable. Tampoco la ausencia de España en muchas de las reuniones de países aliados para esto y aquello, como ha pasado en las recientes cumbres del grupo de donantes a Ucrania. Es una evidencia que empezamos a tener aureola de socio poco fiable.

Los acontecimientos no son los mejores, la mala gestión política gubernamental y el tropel de procedimientos judiciales en marcha y su final desenlace son nuestro día a día. España no tiene tiempo y no puede esperar a Sánchez, a sus deseos presidenciales o a su ambición de permanecer; si no es posible -que no-, es hora de liquidar su permanencia. Urge convencer al inquilino de la Moncloa de que hacen falta presupuestos y normalidad y no conviene eternizar ni las políticas del muro ni el suspense de las presuntas y muy numerosas comisiones de delitos en su entorno y derredor. A más, que los españoles no podemos respaldar este persistente “alto en el camino”, dejando de atender los retos económicos y sociales porque el Gobierno no tiene los votos.

Sánchez no puede seguir, porque no puede gobernar.

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