Ni Constitución, ni estado de derecho, ni modelo de sociedad, nada le para y se nos agotan los tratamientos. La infección, lejos de ser contenida por tantos remedios y medicamentos, se extiende y crece. No se divisa el final, no puede adivinarse. Hasta aquí todos los presidentes de gobierno se consideraron a sí mismos como temporales, capaces de irse por desalojo democrático y por voluntad propia. Éste no. Quiere quedarse hasta morir, ¿es Franco su espejo? Un dirigente presuntamente corrupto, muy corrupto, que lo niega todo, pero que todo le apunta día a día, anuncia su candidatura próxima, no sólo como si fuera posible o buena idea, sino como si él no fuera finito. Lo cierto es que España tiene un inmenso problema llamado Pedro Sánchez. De hecho, aún cada día anuncia alguna modificación legal para exculpar a propios y socios de presuntas responsabilidades y culpas, reglas de juego o más planes utilitaristas para mejor y mayor comodidad de ésta su eterna estancia. Si los instrumentos de nuestro sistema democrático sólo están a su servicio y él carece de escrúpulos para trastocarlos a placer, contra la razón y la decencia, hay que reflexionar muy bien qué puede hacerse para acabar con el mal.
Ha habido momentos en que muchos consideraron mirar a Europa como un ensalmo para reducir graves efectos fruto del descaro y la ignominia de este señor, pero es francamente difícil que consiga arreglarse nada con él al mando. No olviden al famoso Abogado General haciendo elucubraciones políticas, que no jurídicas, para claramente beneficiar el actual estado de cosas, dando cierta viabilidad al disparate de la amnistía. No dejen arrumbadas tampoco la derogación del delito de sedición o la rebaja de penas por la malversación, ni todas las manipulaciones de la Constitución para arrimar la conveniencia a la situación y vitalidad del “gobierno de coalición progresista”. Más allá de lo deseable, nos atenaza la incertidumbre por saber qué estará preparando ahora, qué sorpresa caprichosa o ilegal cocina en estos momentos, para facilitar su continuidad. Con el actual inquilino de Moncloa cada jornada España pierde y, aunque la justicia cumple su misión sin miedo ni complejo, sus tiempos procedimentales y garantistas nos hacen desesperar. El temor es que Sánchez no parece tener límites y su exculpación cuasi solemne del fiscal, días antes de finalizar el juicio, es otra aberración democrática e institucional dañina y perniciosa. Su discurso, ante la sentencia condenatoria del FGE, llamando a “la defensa de la democracia contra el abuso de poder y las campañas de desinformación” -no hay mayor mentiroso y desinformador que él mismo- es un dechado de barbaridades para tapar de nuevo sus vergüenzas. Nunca nadie tan desleal ha ostentado tan alta responsabilidad.