El tiempo no pasa, lo que pasa es la vida. Esa que te descubre y te trae y de forma imparable transcurre, empeñada en buscar el final. Pararse a pensar o a vagar es opcional, pero todo se mueve alrededor y caen las horas y los días de forma determinante. Es curioso eso de “ganar tiempo”, algo como dejarlo pasar durante un cierto periodo con un fin o conveniencia determinada, como parte de un plan. Lo malo es que no todo vaya como estaba previsto y, a la vuelta, ya asomen los blancos cabellos y las patas de gallo sin haber llegado a lograr los objetivos propuestos. Es posible que Pedro Sánchez ya lo sepa, o puede que no. Pero el compareciente autócrata volvió a demostrar que se cree muy listo e interpretó una vez más a Hamlet con un libreto minucioso, aunque no pudo lanzar todas sus frases ni causar nuevas sensaciones. ¿Vivía su hermano en Elvas?…
Nunca contestó a esa pregunta, de hecho, no contestó prácticamente a ninguna pregunta. Sólo había venido a pasear, a mostrar la fachosfera, los difamadores, los creadores de fango, bulos y demás especie. Dispuesto a leer párrafos enteros de cualesquiera otros asuntos que no fueran los que pueden emborronar su oscurecida ejecutoria. Allí estuvo, y ya, al ver que tenía que sentarse en un extremo de la mesa de la Sala Clara Campoamor, frunció la frente y apretó la mandíbula por esa humillación, él… Después tomó su muleta antitaurina y se puso en faena con una innegable energía y más que oficio. Por momentos tomó la matrícula a cada interviniente, no pudo sentirse a gusto con ninguno, ni con los previstos… Como otras veces, su tic automático de rencor se puso a supurar, pero lo malo de disparar a todo el mundo en que no existen las armas panorámicas de 360 grados.
Sánchez hizo lo que pudo, vino asesorado y estudiado, tiró de experiencia y se saltó algunas vallas, pero tropezó con otras, descalificó, llamó circo a la movida y al final pudo irse a comer y digerir. No ganó tiempo, no cosechó ningún botín, sólo pudo tener el cariño de sus hooligans incondicionales, pero se desgastó. Cada día hay un renuncio, o más. Con cada pérdida se hace más pequeño, menos lustroso, y convence a alguien -de uno en uno- a que lo abandone. Si hubo una vez que aspiró a entrar en la tarjeta de presidenciable para la Comisión Europea o en la secretaría general de la OTAN, ya a nadie se le ocurre ni pensarlo. Es desdoro, es pura erosión, mientras más lo enseñes más se cae. Poco a poco, Pedro Sánchez se está cargando a Pedro Sánchez.