La persecución olvidada: El genocidio cristiano a manos del Islamismo radical. Carlos Fuster  Cerezo

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En un mundo saturado de información y de causas de diversa índole, existe una tragedia persistente y silenciada que se desarrolla a diario: la persecución y el genocidio de cristianos a manos de grupos de islamismo radical. Este no es un conflicto del pasado ni una simple cuestión de discriminación; en países de Oriente Medio y África, se trata de una campaña sistemática de violencia, limpieza étnica y, en muchos casos, genocidio, un término que, dolorosamente, ha sido ya reconocido por parlamentos como los de la Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido en referencia a las atrocidades cometidas por el Estado Islámico (ISIS) en Irak y Siria.

​La situación es una mancha en la conciencia global. Mientras que la caída del autodenominado califato de ISIS ha retirado los titulares más sangrientos, la amenaza no ha desaparecido, sino que se ha atomizado y extendido. Organizaciones de ayuda y derechos humanos reportan que cientos de millones de cristianos sufren altos niveles de persecución y discriminación a nivel mundial. El extremismo islámico es consistentemente señalado como la principal amenaza para esta minoría religiosa en vastas regiones.

​De Nínive a Nigeria: El Alcance de la Brutalidad

​El caso de Irak y Siria es paradigmático. Allí, comunidades cristianas milenarias, que hablan dialectos del arameo—la lengua de Jesús—, fueron virtualmente borradas del mapa. Ciudades históricas como Nínive quedaron vacías de sus habitantes cristianos, obligados a huir para salvar sus vidas. El modus operandi de ISIS, con decapitaciones masivas (como la de los 21 coptos egipcios en Libia), secuestros y la destrucción de iglesias, cumplió todos los requisitos para ser clasificado como genocidio: el intento de destruir, total o parcialmente, a un grupo religioso. La población cristiana en Irak, que superaba el millón antes de 2003, se ha reducido a una cifra minúscula.

​Pero el foco del terror se ha desplazado con particular brutalidad a África Subsahariana. Nigeria se ha convertido en el epicentro de esta masacre. Grupos extremistas, incluidos milicianos yihadistas y facciones armadas que instrumentalizan el conflicto por tierras con una motivación religiosa, ejecutan ataques con una frecuencia aterradora. Las cifras son escalofriantes: según informes, el número de cristianos asesinados por su fe en Nigeria es, en algunas mediciones, mayor que en el resto del mundo junto. La violencia allí se manifiesta en el asalto a aldeas cristianas, la quema de templos y el asesinato selectivo de pastores y agricultores, creando un éxodo masivo y silencioso.

​El extremismo islamista no solo se limita a la violencia directa. En países como Egipto, Irán o Pakistán, la persecución toma la forma de leyes de blasfemia y apostasía que se utilizan desproporcionadamente contra los cristianos. El temor constante, la discriminación en el ámbito laboral y educativo, y el riesgo de secuestro y matrimonios forzados, especialmente para niñas cristianas, completan un panorama de opresión sistemática que socava su existencia.

​La Indiferencia Global: Un Segundo Crimen

​La pregunta que debe incomodarnos es: ¿Por qué el silencio? ¿Por qué esta tragedia, que tiene la magnitud de una limpieza religiosa a escala continental, no ocupa los titulares con la misma vehemencia que otros conflictos?

​En parte, la respuesta se encuentra en una peligrosa combinación de factores. En Occidente, una mezcla de fatiga informativa, autocensura y la complejidad geoestratégica hace que se evite señalar directamente la ideología radical detrás de estos crímenes. Hay un temor palpable a ser percibido como «islamófobo» por nombrar a los perpetradores, lo que lleva a edulcorar el conflicto como un mero enfrentamiento socioeconómico o tribal. Si bien los factores económicos y políticos son relevantes, no se puede negar que el elemento definitorio en muchos de estos crímenes es la identidad religiosa de las víctimas. Los cristianos son atacados por ser cristianos.

​El segundo factor es la vulnerabilidad de las víctimas. Al ser minorías en países a menudo inestables, carecen de la voz política o militar para defenderse. Su huida no genera la misma presión mediática o política que otros movimientos migratorios.

​La Responsabilidad Ineludible

​Reconocer la persecución y el genocidio cristiano por parte del extremismo islamista no es un acto de guerra cultural, sino un imperativo humanitario. Significa defender la libertad religiosa, un derecho humano fundamental, en la región donde nació el cristianismo y donde se está extinguiendo.

​El mundo debe despertar del letargo. No se trata de culpar a toda una fe, el islam, de los actos de una facción radical—la inmensa mayoría de los musulmanes son víctimas también del extremismo—, sino de nombrar y aislar a los grupos yihadistas que emplean el terror como herramienta de aniquilación religiosa.

​La comunidad internacional tiene la responsabilidad de:

​Denunciar el genocidio de manera inequívoca y constante, no solo post-mortem, sino mientras ocurre.

​Apoyar a las minorías perseguidas en el terreno, ofreciendo protección y recursos para que puedan mantener su presencia y cultura.

​Presionar a los gobiernos de países como Nigeria para que protejan a todos sus ciudadanos por igual y desmantelen las redes de terror.

​De lo contrario, la apatía actual se convertirá en complicidad histórica. La desaparición de las comunidades cristianas en Oriente Medio y África a manos de la yihad no solo será el final de una fe en su tierra de origen, sino una rotunda derrota para los ideales de libertad, diversidad y derechos humanos que la civilización global pretende defender. El silencio mata dos veces: primero a la víctima y luego a la verdad. Es hora de tomar conciencia.

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